Sin embargo y entrando en odiosas comparaciones, avanzados los ’70, los monopostos a nivel nacional navegaban en aguas más que turbulentas. La Mecánica Argentina se hundía irremediablemente o apenas se mantenía a flote, la Fórmula 2 reunía un parque automotor discreto y la Fórmula 4 pasaba por una situación semejante, tal vez con algún número mayor de autos. En tanto, en la provincia de Entre Ríos, la Fórmula Entrerriana no solo reunía una inusual cantidad de máquinas; sino que además sorprendía a propios y extraños en cuanto a convocatoria de público. Una locura popular que solo se volvió a ver años después en el TC, con gente acampando desde días antes de las carreras para ganar lugar junto al alambrado.
Detrás de cada “chata” había una peña, un grupo de gente que hacía lo imposible para reunir los dineros necesarios y poner “su” auto en pista cada domingo. Todos empujando y alentando a su piloto. De esta manera, unos más otros menos, estos se fueron haciendo de renombre; aparecieron los ídolos y con ellos las rivalidades entre hinchadas. Acaso la más enconada se dio entre Próspero César Bonelli y Reynaldo Oscar Vaccalluzzo en Concepción del Uruguay. Tanto como que esa puja mereció una nota en la revista Corsa, que por aquellos años dedicaba páginas enteras a la Fórmula Entrerriana. Pero hubo otros ídolos que estuvieron más allá de la rivalidad entre parcialidades de una misma ciudad y recogieron adeptos por todas partes. Seguramente es el caso de José Luis “el Negro” Gallo.
El “Negro” Gallo comenzó como la gran mayoría en aquellos tiempos, corriendo con una “chatita”, un monoposto con motor delantero, cuando los motores Ford T todavía dominaban el panorama. Aquel aparato le traía más rabietas que alegrías; pero él y su familia tenían entusiasmo de sobra para seguir y seguir.
En 1970 se produjo un quiebre en la Fórmula, cuando Jorge Tettamanzi (un santafesino de Oliveros), apareció con un chasis Bravi impulsado por un motor Jeep en popa. Fue una revolución que de a poco fue ganando adeptos en los años sucesivos. Entonces para la temporada de 1973, los Gallo jugaron una carta fuerte para que el “Negro”, ese chacarero bonachón de Arroyo Barú, pudiera estar en la pelea directa por la punta en cada carrera. Y el “as” que tiraron sobre el tapete fue nada más ni nada menos que el Martos-Peugeot que Osvaldo Abel “Cocho” López había utilizado para consagrarse Campeón de Fórmula 2 Nacional en 1972.
Todavía recuerdo cuando lo bajaron en los boxes del ya desaparecido circuito Salvia, aquí muy cerca de San José. Ese legendario trazado con su no menos renombrado “tobogán”; que requería mucho de “eso” para encararlo a fondo, porque no terminaban de doblar que ya se zambullían en él. Recuerdo, decía, haber pasado una tarde entera junto a algunos amigos esperando a que pusieran en condiciones el Martos para finalmente escuchar el bramido del motor y verlo dar unas pocas vueltas de “tanteo”… No sé por qué, pero después los 5 kms. en bici hasta San José se nos hicieron cortísimos.
El auto se puso en pista y fue toda una sensación. Se presentó con los mismos colores, la misma decoración y hasta algunas calcos de las publicidades que llevaba “Cocho”. Eso sí, con el inconfundible número 68 que lo identificaba. Porque la F.E. tenía eso: año tras año los autos mantenían el mismo número, lo que contribuyó también a que la gente se identificara tanto con el piloto como con el auto. Sin duda los mejores años para Gallo en la Fórmula Entrerriana fueron 1973, 74 y 75. Años en que no solo supo entreverarse con lo más selecto de la categoría por entonces; léase Bonelli, Scarazzini, Ravasi, Vaccalluzzo, los primos Niemitz, Riffel, Grinóvero, Tettamanzi y tantos otros. También tuvo actuaciones a nivel nacional e internacional en la Fórmula 2, donde obtuvo un quinto puesto en Mendoza y marcó los mejores tiempos en pruebas libres en una carrera organizada en Paraguay que luego se suspendió por intensas lluvias.
Después sus participaciones se hicieron más esporádicas. Hacia 1977 ya la F. Entrerriana entró en una etapa de mayor sofisticación y consiguiente encarecimiento. Sin embargo el 2 de octubre de 1977 se hizo presente en el mítico circuito Salvia, de San José. Ya no tripulaba aquel Martos- Peugeot que lo había hecho trascender. Fue su última carrera. Cuando transcurría la novena vuelta de la segunda serie clasificatoria su máquina, con el característico 68 en los laterales, levantó un sobrecogedor vuelo en la chicana al final de la recta de boxes. Una serie de fatales cabriolas y golpes diluyeron para siempre la campechana sonrisa de el “Negro” José Luis Gallo. Tenía apenas 35 años.
No sé por qué, pero ese domingo no había ido al circuito. Escuchaba la carrera por radio y hasta hoy recuerdo que tanto el relator, Eduardo “la Mona” González, como los locutores se quebraron al llegar desde el hospital de Colón la noticia que nadie quería oir. Apagué la radio y también lloré por el “trapecista” caído. La carrera final igual se corrió pero… a quién le importaba ya?
Salvando las distancias, o no, el “Negro” Gallo fue un ídolo a lo Villeneuve. Sin títulos pero con una forma de conducir y encarar las carreras que lo catapultaron directamente al corazón de innumerables “fierreros”.-
Texto e ilustración: Alberto A. Guerrero
Alberto, de casualidad descubrí este blog, sería muy bueno que lo retomes.
ResponderEliminar¡Excelente!
Te mando un gran abrazo!
Juan Henares